Lagrimas al cielo y sus sustitutas.

| lunes, febrero 28, 2011 | 2 comentarios |

Hola mamá, Hola a los presentes que hoy en mi mente están contigo, están con nosotros. Cuando abrí mis ojos por primera vez y pude caminar, pude correr, pude esconderme jugando el escondite, me di cuenta de que tú no estabas pero a mí lado habías dejado a las mejores sustitutas que pude tener. De ti recuerdo una blusa roja y tú cabello negro, mármol junto a cerámicas, Una foto y una tumba. Son recuerdos que nunca se olvidan tomando en cuenta que es lo único que tengo sumado a las mencionadas sustitutas, las ganas de luchar contra mis sueños y que sean ellos los que me lleven un día a ti, el don de la palabra y un intermediario en el mausoleo de los cielos, sumado a toda una vida a mi lado pero distante en presencia, no ha sido eso un impedimento, ni nada que detenga un sentimiento tan grande.

Son lágrimas al cielo las que no salieron de mis ojos y no recuerdo haber soltado en tú entierro pues tenía solo meses de nacido. Desde la imposición del uso de razón solo tengo la imagen de mi cuerpo semidesnudo frente a la reja del garaje esperando me llevasen al preescolar o quizás solo ver pasar a muchos niños con sus madres hacia él, son solo retazos o espejismos, pero en mi vida no te he extrañado pues siempre has estado en ella.

Me diste una sustituta irremplazable y ella es mi abuela, paterna. Ella es la de las arepas en las mañanas, tú lo sabes, tú estas en cada mordisco que le doy. La de las rabias por costumbre, la de sentimientos puros, es mi madre porque tengo muchas, tengo madre y sus sustitutas. La que le sigue es tan indispensable como la última pieza del rompecabezas, si, ella es mi tía, la que hoy en día dejaste mi camino en sus manos, la que controla todo pero me quiere y me apoya, ella también es mi madre, porque son madres y sustitutas. Le diste una gran sustituta a tu trono y aun no siendo de nuestra sangre, corre por nuestras venas como si fuera la misma en este día de verano que parece otoño porque las hojas caen como caen mis ojos al derramar una lágrima, ella es la esposa de un primo, a quien dejaste en tu lista con su nombre trazado en tinta seca que huele a añeja pero a la vez tan húmeda y tan suave como a todas las demás. También fueron tus sustitutas las que en su momento me cubrieron con su manta protectora de cristal y que estuvieron allí, noche tras noche, hora tras hora, velando que nadie tratara de romperla, ya que era muy frágil.

Seguramente mis otras tías también lo fueron en su momento, en una de esas noches en donde alguna de ellas me cambiaba el pañal o me daban los teteros, en algunos de esos momentos que no fueron duraderos, que fueron pocos pero fueron. Una que otra profesora de la escuela o del liceo que asumía ese rol de sustituta porque en ella te veías, tú. Ellas, son las sustitutas que elegiste para mí, son las que debían ser, son tu otra mitad del rostro, tu otro ojo, tu otra oreja, tu otra boca y tu otro corazón.

Quizás te necesite cuando quería saber sobre un singular y plural, pero estuviste allí. En cada letra que mi mano trazaba, en cada párrafo que mi subconsciente le daba forma y sentido, en cada latido que muchas veces fulminan mis emociones, en cada paso de mi huella en la arena y que sea ella la que me de un lugar, en cada brillo de mis ojos que miraba en el espejo, que miraba en tu retrato.

Muchas veces digo que yo no soy un escritor y no lo soy porque yo no creo esas palabras que encajan en una oración. Esas palabras llegan solas a mi y si estan escritas asi es porque eres tú ese medio de transmisión, como la tinta de la pluma que transporta esas emociones, esos sentimientos a la hoja, así.


Tú me hiciste tal cual como una gota de agua frente a tus ojos, me hiciste tú y diste la vida por hacerlo, diste a la mujer, diste a la contadora, diste a la que ahora pelea por mi en lo mas alto de un podio celeste, diste todo, lo diste todo, mamá gracias, muchas gracias.

Hoy una disculpa seria absurda, Hoy un perdón quizás tenga tiempo y lugar para ser recibido y aceptado, se que pensaras que no tienes nada que perdonarme pero si lo hay. Las tantas veces que dije ¿Por qué a mi?, las tantas veces que había mas quejas que momentos que celebrar, las veces que ignoraba hablar de ti y no tener tu nombre entre mis labios, las peticiones que me pedían hacer el día de las madres y que hacia rápido, las veces que agradecía por el simple interés de una ayuda, en cierta forma me desconozco.

Son solo estas cortas líneas un aplauso en eco acústico, son la tierna inspiración de una belleza innata en tus ojos café, son mí día a día, son para ti. El día que deje de soñar como lo haces tú con cada sombra en óleo que tu pincel me pinta, ese será el día en que no estés a mi lado porque ya no serás tú quien lo este, sino que han sido ellos, los sueños, que me han llevado a ti. Seré yo quién pinte el cuadro en donde los dos corramos por una pradera azul hasta llegar a las nubes, hasta la luz incandecente que nos haga desaparecer agarrados de la mano. Hasta allá, más allá, donde en un cofre podamos encontrar todas las lágrimas pérdidas, esas que eché al cielo buscándote desesperadamente entre mis dedos, entre los palpitos caídos y allá poder decir, Te amo mamá.

El retrato que me mira a través del espejo.

| sábado, febrero 19, 2011 | 0 comentarios |
Hoy, cargo en mis hombros la agonía y el recuerdo que no me quedó de ti. Fue una mañana de otoño en que tus ojos me dejaron de mirar, al menos no del mismo ángulo. Todo se resumía a óleo y a pinturas secas que el tiempo me dejó. Corría y corría, detrás de mis reflejos, ¿era tu retrato un simple espejo o era yo sangre de tu sangre? Quisiera ser las huellas de mis pasos para encontrar el camino pero no hay tales huellas en la tierra.

Seguía corriendo y encontré unos simples escombros donde pasar la lluvia sin dejar correr tu tinta, la de tu retrato, esa que pinta tus canas y tus manos en tonos grises.

Pasé varios días como la rueda de una carreta dando vueltas, sin sentido, y es allí entre bloques y cabillas que encontré a Rafael y a Carlos y al que fue mi compañero en las buenas y en las malas Tomate, mi perro. Ya no era el Fernando que desde niño cargaba tu retrato clavado en las sienes, ya no era el mismo de hace 10 años, ya no había Rafael, ya no había Carlos, solo manchas a blanco y negro, ladridos constantes, ni siquiera a él lo tenia, se me fue muy pronto detrás de los pinceles que pinto tu retrato, detrás de aquel pintor que hoy pinta mis arrugas o una cruz en mis manos al bajar el autobús.

Ya no había tal pintor, solo sangre en la calle, sangre en mi tropiezo, sangre en mi cabeza, después de tantos años, exactamente 60, solo guardo en mi memoria tu retrato, el que me miraba a través del espejo, el que me indica que vaya hacia él y eso hice, estoy aquí.

Lagrimas de hombre

| miércoles, febrero 09, 2011 | 4 comentarios |
Como reliquias, recuerdo como cada tarde el sol nos pegaba de frente, de forma inherente y al mismo tiempo, tan resplandeciente que reflejaba el fruto del naranjo. Mi abuelo solía decir – “así son todas las tardes, se pasan la vida tratando de no parecerse unas a las otras, pero cuando el reloj marca su hora final, solo han sido, lo que son, hijas de una misma madre”, tan irremediable como el hecho de poner en mis oídos, semejantes historias, así era mi abuelo, tu bisabuelo. El que todas las mañanas, me levantaba dándole patadas a la puerta. El que desde niño, todas, indudablemente todas las travesuras me alcahueteaba. El, era más de lecciones de vida, de consejos a futuro, de palabras complicadas, de carácter muy fuerte y maduro. Nunca lo defraude, la única vez que iba a hacerlo, sentía que perdía algo más que la confianza y ganaba mucho más que un vacío. Decía que mi llegada contrarrestaba tanta infelicidad, y era así, yo era su razón de vivir, su motivo de preocupación, su necesidad de enseñar lo que nunca nadie a el le enseño. Poseía un único defecto perfecto, haber elegido a la mejor mujer del mundo pero con las más grandes ambiciones. Carmela no es mi abuela, ella era la tan nombrada infelicidad, la mujer de mi abuelo, nunca la conocí, siempre se ocultaba detrás de un pañuelo, solo se veía de lejos el abundante carmín en sus labios, esos que hicieron que un día que se fuera con un gran empresario, dejando a mi abuelo solo, con sus sentimientos suyos, que no eran suyos, porque se los habría llevado consigo. Un día caminando por la casa, pase por aquella ventana sombría, entre los pechos de tu alma, entre tus ojos cerrados, entre mis lágrimas entrecortadas, entre mi silencio enmudecido, y mis deseos a largo plazo, estaba allí, como estuvo los últimos meses, en la cama, pero diferente, algo que me decía a gritos de esperanza, morí de amor, morí de tristeza, morí de soledad aunque te tuve a ti, morí porque me dio la gana de ser feliz pase lo que pase, morí porque se que vas a estar bien, porque entre mis brazos te críe, y estas hecho con mi mismo filo, y eso no lo pensaba yo, eso me lo decía unas cortas líneas que estaban bajo la lámpara sobre el tibio calor de la luz, sobre mis manos temblando de miedo, sobre ti, derrame mis lagrimas, lagrimas de hombre.

Trate de ahogarlas entre nueces, entre las horas, entre el espacio restante que hay desde tu cama hasta la mecedora, trate de esconderlas, de embolsicármelas, de llevarlas conmigo y recordarte siempre, así lo hice. Recordé exactamente cuando me decías que “las lágrimas son otro órgano del cuerpo que se desprende, que cae y cae mientras mas reacia sea la realidad, que se funde y se confunde con el agua como cuando llueve ¿Por qué si el cielo lo hace a ti te avergonzaría hacerlo?”, entonces me levante y más feliz que nunca, tome mi chamarra, mire hacia la ventana una vez mas, mire aquel árbol, aquella alegría que tenias cuando decías “nieto”, aquellos hoyuelos en tu rostro, esos que me decían que de esto me repondría muy pronto, que saldría adelante, otros miembros de mi familia y yo, y si, después de esto derrame una que otra lagrima escurridiza, una que otra que me engrandecía, una que otra que dejaba de serlo para adherirse a mí.

Y entonces estaba allí, en tu entierro, vestido de negro y queriendo soltar unas tantas lágrimas al vacío, que de seguro se congelarían con el frío o se electrificarían con las miradas de los presentes, con las de mis hermanos pequeños y las de sus sueños, si es que algún día los tuvieron. Pero eso fue todo, algo tan simple, tan seco, tan descolorido, siempre recordado abuelo mío, que realmente fue el único que creyó en mi.

Ya yo era grande, muy grande desde aquel entonces en el cual decidí ingresar a la reserva militar, ya no era el mismo Carlos del verano de hace algunos 6 años e incluso hoy parte uno pero estoy seguro que volverá otro, uno mas realista, mas maduro, con ganas de llevarse el mundo aunque esas ganas ya las tenga. Hoy marzo, hoy primavera, no voy con ganas de encontrarla a ella, la que me robe los sentidos voy a cumplir mi promesa contigo y es encargarme de la casa, de mis hermanos, diría que ahora hasta de mis sobrinos, pero así soy yo…

Llegue al punto en que ya estaba seco, vacío por dentro aunque eso me hizo mas fuerte para enfrentar lo único que a mi mente mantenía de pie y esa era mi palabra. Como inmortalizada tengo aquella tarde que aun da vueltas en mi memoria, en donde siempre estuve solo, con mis maletas solo, con ilusiones tan mías, mías, que ni la soledad podría con ellas. De un tirón me arranque los sentimientos puros, las nostalgias que guarde en mi interior y están perdidas, De un tirón, me arranque la ultima lagrima que jure derramar, jamás.

Espere por horas el bus que llevase lejos, muy lejos de aquí, tan pronto puse un pie en él era mas que obvio “era uno mas del resto de los nuevos”, me obligaron a sentarme al fondo, al lado del pecoso y pernoctado, ese que mira fijo y habla con las manos, también jugaron con su mochila y su chamarra, con sus lentes y cobardía, con la herida en su frente al frenar el autobús, con mi intención de ayudarlo y hasta fiché en su radar.

Aun guardo mis zapatos con la suela despegada, sucios de caliche, sin cordones, quebrados en la punta por el grito autoritario que a garganta llena escuche al bajar, empujones y galimatías pero no duro mucho tiempo hasta que llego dicha autoridad. – General: ¡Buenos dias, reclutas! Todos: ¡Buenos días mi general! , General: ¿Así de entrada? a mí me suena lo mismo decir "a la orden" o "a sus órdenes señor”. La afonía callada en nuestros miedos, escalofríos sirvió de atmosfera, sirvió para cubrir la ignorancia en el asunto, sirvió y no sirvió, para nosotros si, para el general no…

“Caminen en filas hacia el final del terreno” dijo poco después. Él decidió acompañarnos, a mitad de camino nos dijo: “Saluden” y lo hicieron los demás, yo fingí hacerlo o al menos hacerle esa visita a mi sombra, mas adelante nos volvió a decir “Saluden” y mi sombra extrañó tanta amabilidad junta, mas adelante repitió una y otra vez hasta que mis ojos eran el efecto fenómeno, un espejo frente a un lente o simplemente un espejismo, es allí donde volvió a decir “Saluden” y el que habla con las manos corrió con la suerte de contar con su lenguaje sigiloso, pero el primero de la fila replicó “Ya no veo nada, mi general” y eso fue mucho mas que una marca ambigua en sus rodillas, mas que el diafragma contraído, mas que el dolor de haber equivocado iban sus ganas de aprender…

Tan rápido se fue la tarde, la noche, y casi el nuevo día varados allí a la intemperie de un viento casi muerto, allí a las surcas del minutero que no es minutero porque ya no hay hora, allí nos preguntaron “¿Seguimos?” y allí contestamos “no”, allí en el estiércol donde se revuelcan mis ganas de luchar porque quieren seguir de pie. Nuevamente el general a cargo de la tropa sale ante el grupo “Cuando se mata de a uno, se es un asesino pero cuando se mata de a miles, se es militar como nosotros, yo pregunto ¿Quién quiere serlo?” La afonía callada retorno a mis oídos pero no tanto como para ser un huésped en mi cuerpo, allí replica a garganta galopante “¡He hecho una pregunta! ¿Quién quiere serlo?” y luego con gollete calmado nos dijo “Pueden retirarse”.

El que habla con las manos y saluda con los gestos demostró ser muy confiable para mi desconfianza inmersa en resacas viejas, con el tiempo me mostró su lado de ver el mundo, de hablarle al mundo. La hora del almuerzo era mi preferida y lo admito mis ganas de comerme un elefante tenia un tanto de culpa en ello, pero en sí fue ella la que agregó estos sesenta minutos a mi lista de gustos, fue ella la primavera, mi pasión echa en carne propia, mi recuerdo existente e inolvidable, mi aro en el dedo, mi Julia, tú Julia.

Era irremediable el hecho de no poder dejar de verla todas las tardes y semanas en que me tocaba sazonar a su lado, sus ojos se asemejaban a dos bolas de cristal y desde allí podía ver el mundo, podía ver esa baraja de la mano que rodaba entre tus uñas dar vueltas en mis parpados, esa delicada mancha en el delantal roto en la orilla y fue allí donde decidí acercarme. Tomé la bandeja por el mango, el coraje por la cola, la miré y me dijo “¿Cómo se explica el hecho de que quieras pasar mucho tiempo conmigo, si lo que te ofrezco es el olor a aceite quemado?, sin pensarlo le dije “Me gustas porque hueles a rosas, y eso me indica que la primavera esta cerca” y no puedo dejar de mencionar el primer beso en media luna, en media noche de Septiembre, en medio del frío de la ventana y sus adyacencias no cubiertas.

Jugueteábamos con el aire sin ser cometas en el cielo aunque la contención sea la misma. Tengo en la punta de la lengua aquel crepúsculo donde saliste desbocada con bicicleta en mano decidida a dejarme atrás y darme a conocer que querías que te siguiera y yo caí en su red como un pez sin escamas en la mesa del pescador, la seguí hasta el alto y ancho verde del crecido pastoral donde caí en su pecho, al frente de su mirada y un poco mas abajo sus labios con los míos tertuliaban. Mis manos querían más, mis dedos querían más, tu piel quería más y entre tanto hablaban nuestros cuerpos, mi amigo el que hablaba con las manos nos saludó desde arriba, a sesenta y cuatro pulgadas de un levantamiento en falso o sorpresivo, lo mirábamos con risa pues la desnudez de la noche había llegado.

Hubo la llamada y el encuentro del día después, hubo añoranza de sus labios en los míos y dos semanas después también hubo noticias, que como siempre era una buena y una mala. Cada uno teníamos algo que decirle al otro, era el presentimiento de una alegría y una tristeza a la vez y le dije tu primero, y me dijo después de ti, nos dijimos los dos al mismo tiempo y yo exclame ¡Tengo que partir! Mientras que ella expresó ¡Vamos a tener un hijo! En contraparte era una angustia agradable por lo menos para mí lo fue aunque para ella no era fácil. Le dije “Escucha, no te voy a dejar sola en esto porque Carlos Jr. Va a tener una papá pero debo irme por tres meses a la frontera y prometo volver”, me dijo “Dame una garantía, una promesa de donde aferrarme en el tiempo” quedó un poco mas tranquila pero con los nervios de correr el riesgo de ser madre soltera después de haberle dicho "podría prometerte muchas cosas, cumplirlas y no cumplirlas, pero mi amor por ti no es una promesa, es mi día a día y yo voy a volver sin necesidad de promesas”. Antes de irme, deje una casa, unos muebles, un techo, una cama, una bolsa de pan y una regadera para que crezca cada día y nunca tengan hambre, dejé una mujer maravillosa, a una semilla en fotosíntesis, me dejé a mi en cada rincón de la sala.

Mis palabras por tres meses fueron “Sin novedad en el frente”, cuatro y tristes líneas en dos cartas que nunca llegaron, había un deseo por saber de mi familia y yo de ellos pero es mi deber con la patria, morir sentado o parado al frente de la misma dejando sangre, brazos, piernas, y la vida aunque es inevitable la agonía de no poder volver. Fue una mañana soleada donde mi pie tocó sus palpitos y me llevo hace ellos, y estabas allí firme en la ventana esperándome llegar, no lo pudiste evitar y al trote me alcanzaba, llegó y me abrazaba como su ultimo abrazo y entre los árboles habían treinta y cinco milímetros apuntadas a mis sienes que impactaron en tu espalda, muy cerca de ti, bebé. Cayó en mis brazos, cayó en mi conciencia, Julia cayó allí en la cama del hospital bajo la tormenta entre la luz y la escalera, entre sus miedos claustrofóbicos, entre cuatro letras al final de su lapida en el cementerio municipal, entre su sonrisa en aquel papagayo que volaba en las nubes e iba mucho mas allá…

Quince años mas tarde…

“Papá, hoy me tocó decirle a ella, mi primavera, que podría prometerle muchas cosas, cumplirlas y no cumplirlas, pero mi amor por ella no es una promesa es mi día a día”.

Tomándolo por el hombro Carlos el padre le dijo “lo sé, pero trata que sean todos los días del año, sin faltas”.

Verbo to be

| domingo, febrero 06, 2011 | 3 comentarios |
Podemos ser,
Todo lo que queramos ser,
y solo seremos, lo que hemos sido.
Unos imbéciles tratando de vivir la vida
Sabiendo que la vida es quien nos vive a nosotros.
Somos, quienes defecamos la verdad
y la convertimos en mentira
¿Quien no ha mentido por amor?
¿Por miedo? ¿Por culpa?
o peor aun ¿Por compasión?
Soy, lo que hay detrás de tus ojos
lo que hay fuera, es solo un reflejo,
un espejismo que se apaga a lo lejos.
Podre querer ser,
Todo lo que quiero, y serlo,
pero no soy nadie
Solo alguien
Que llora en silencio por ti.